Modernismo y Vanguardias
Ejemplos:
CAUPOLICAN
Es algo formidable que vio la vieja raza;
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
«¡El Toqui, el Toqui!», clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán
Autor: Rubén Darío
Ropa Limpia
Le besé la mano y olía a jabón:
yo llevé la mía contra el corazón.
Le besé la mano breve y delicada
y la boca mía quedó perfumada.
muchachita limpia, quien a ti se atreva,
que como tus manos huela a ropa nueva.
¡Besé sus cabellos de crencha ondulada:
si también olían a ropa lavada!
¿A qué linfa llevas tu cuerpo y tu ropa?
¿En qué fuente pura te lavas la cara?
Muchachita limpia, si eres una copa
llena de agua clara.
1914, Ropa Limpia de Rafael Arévalo Martínez.
Para La locomotora
Junto con mis reliquias más secretas
Y en un pañuelo, blanco relicario,
Donde nunca miradas indiscretas
Profanaran la fe de aquel santuario.
Yo conservaba un guante, un guante usado,
Un guante negro, que a la mente mía
De la sima profunda del pasado
Una faz melancólica traía.
Un guante que evocaba en mi memoria
La primer gota amarga de mi vida,
La primer hoja triste de mi historia,
El ¡ay! de la primera despedida;
Aquel solemne, vaporoso instante
En que al sentir la muerte en su aposento,
El pálido poeta agonizante
Me dijo adiós, con apagado acento.
Tendiéndome su mano descarnada,
Adiós por siempre, repitió mi hermano
Y su boca marchita y abrasada
Como un suspiro se posó en mi mano...
Ya no le vi; mas desde aquel instante
Que hoy insensible y frío rememoro,
Piadosa conservé mi negro guante
Valioso para mí como un tesoro.
Sollozaba al mirarlo cada día,
Y abismándose en lúgubre embeleso
Hasta el fondo mi ser se estremecía
Al recordar el angustioso beso...
Cuando la muerte resolvió con saña
Entre otros lutos mi pesar primero,
Cuando al golpe brutal de su guadaña
En escombros cayó mi hogar entero,
Golondrina alirrota alcé mi vuelo
Creyendo que mi carga de dolores
Quedaba atrás en el extraño suelo
Do quedaban también tiempos mejores;
Inútilmente atravesé los mares,
Las penas me siguieron a porfía;
Dejando entre el montón de mis pesares
Sepultada esa tarde de agonía.
Mucho tiempo después, por accidente
Hallé aquel guante que veló el olvido
Y sólo entonces se volvió mi mente
Al lejano sendero recorrido.
Y escuché del adiós gemir los ecos,
Y vi unos ojos anegarse en llanto,
Pero mis ojos se quedaban secos;
Estaba roto el doloroso encanto!
Cual si nada evocara en mi existencia,
Contemplé mi reliquia del pasado,
Y la usé con la horrible indiferencia
De quien ya siente el corazón cansado.
Objeto sin valor ni privilegio
Va, recogiendo manchas, en el mundo,
Y por siempre ha borrado el sacrilegio
El beso del poeta moribundo!
Así también el roce de la vida
Profanó mis sublimes ideales
La realidad inmunda y fementida
Me secó del amor los manantiales;
Mis pasiones más nobles y más puras
Mis arranques más bellos y más santos,
Mis insólitas, cándidas locuras
Raudales de perennes desencantos.
Mis creencias de amor y de justicia
Mis ensueños magníficos y huraños
Son recuerdos que mi alma desperdicia,
Son el inútil lujo de otros años.
Que mi guante reliquia profanada,
Siga sufriendo las impuras manos,
Y la flor del recuerdo marchitada
Vuelva del viento entre los pliegues vanos.
París, 10 de agosto de 1906. El Guante de María Cruz.
Algunos ejemplos de los poemas vistos en la segunda ola modernista son los siguientes, Ropa Limpia y El Guante, escritos por Rafael Arévalo Martínez y María Cruz respectivamente.
“Pensando en su adolescencia y en sus primeros pasos libres por la ruta encantada de la vida, Noemí no sentía ni ternura ni nostalgia, sino únicamente un rencor muy vago contra sí misma, por no haber sabido guiar con más habilidad la primera barca que la condujo á Citeres.
Lo mismo que Luisa, Noemí era hija de una actriz, pero había tenido la desdicha de quedarse huérfana antes de cumplir los cinco años y de caer entre las manos de su tía Berta, quien la educó sin maldad y sin cariño, haciendo una obra de caridad familiar al mismo tiempo que un buen negocio. Porque la chiquilla era relativamente rica. Su padre, empresario de zarzuela, dejó al morir, una fortuna respetable, y aunque su madre, la ligera y alocada Teresita de Bufos y Variedades, hizo lo que pudo por echarla por la ventana, todavía legó, al fallecer, una finca cuyos alquileres producían algo más de cuatro mil pesetas anuales.
Pero la hija de Teresita deseaba algo más que comer: deseaba cenar en los restaurantes lujosos, deseaba tener joyas, y tener trajes, y llamar la atención. Siendo aún muy niña, formó el proyecto de vivir como su madre había vivido.”
1899. Fragmento del libro Maravillas, novela funambulesca de Enrique Gómez Carrillo.
Vanguardias
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